Alzar el caballo primero una mano y después otra, dejándolas caer con fuerza (sin avanzar).
Leuke-lonco añoraba el pasado salvaje de su juventud; en las madrugadas de invierno, bien arropado en su manto de piel de guanaco, entretenía su insomnio escuchando ladrar a sus perros y piafar a sus caballos, y no podía evitar que extraños pensamientos acudieran a su mente. ¿Sería verdad aquello que había escuchado desde pequeño, sin haberle dado importancia nunca, de que los perros y los caballos sabían cosas de los hombres que éstos ignoraban?
El secreto de la vida, el secreto de la muerte. Temakel. Esteban Ierardo.
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